El hotel Fibule du Draa de Zagora tiene buena apariencia pero no es nada del otro mundo. Tampoco su comida pero para lo poco que lo disfrutamos nos daba igual.
Tampoco sé que tiene Zagora para que haya tanto movimiento de turistas, no le encuentro ningún atractivo especial ni a la ciudad ni a la zona, aunque no la conozco demasiado y puede que se me escape algo…
La ruta prevista era del todo desconocida por los dos y como buenos aventureros la esperábamos con ganas. Como siempre, sentados en el ordenador todo se ve muy claro y nos volvimos a pasar con el kilometraje. Tenía nada menos que 385km y nos tenía que llevar de nuevo a Merzouga pasando por las ruinas de la Ciudad Perdida y el desfiladero de M’hared. El track combinaba partes que nos había pasado Eduard con otras que yo había dibujado con la ayuda de Google Earth. Eso creaba incertidumbre a lo que podía pasar durante el día y le añadía atractivo. Pasar de las pesadas maxi-trail a nuestras actuales motos mucho más ligeras nos había demostrado que era todo un acierto para este tipo de ruta. Más tarde veríamos que aun así en Marruecos no hay que perder nunca la prudencia.
El inicio de la ruta fue decepcionante, lo que tenía que ser una pista era una carretera y cuando por fin empezó la tierra era tan buena que casi parecía una carretera. Allí nos pasó la anécdota del viaje. A unos 5km de Zagora nos encontramos a dos paisanos intentando arreglar su ciclomotor. Paramos para ver si les podíamos ayudar. Habían pinchado pero ya habían pegado un parche. Aun así no parecían convencidos con el arreglo. De repente uno de ellos sacó una pequeña cartera de su chilaba. Dentro llevaba agujas e hilo de coser.
Albert y yo nos miramos con cara de no entender nada. Por suerte lo pude parar a tiempo antes de que le metiera la aguja a la cámara ¡quería coser el parche!!. Nos entró un ataque de risa tremendo mientras los otros nos miraban sorprendidos.
Tras obligarles a hinchar la rueda sin coser nada pudimos comprobar que no perdía aire. Una gran sonrisa de alivio iluminó sus caras. Parecía que la cosa estaba solucionada pero cuando nos íbamos a despedir empezaron dar golpes al depósito (que sonaba bastante vacío) y a decir “reserve”. Les quedaba poca gasolina.
A nosotros nos iba a hacer falta la nuestra y estaban muy cerca de Zagora así que les dijimos que dieran media vuelta y fueran a repostar allí. Ellos nos decían que no, que tenían que ir en dirección contraria a un pueblo que se encontraba muchísimo más lejos. No nos entendían así que les dibujé en la arena una línea con un punto cercano que era Zagora y otro mucho más lejos que era donde iban ellos. Si iban al lejano: “no gasolina”. Al final lo entendieron y nos despedimos.
Reemprendimos la marcha comentando la cómica situación a través de los intercomunicadores cuando le dije a Albert: ¿que te apuestas a que no han dado la vuelta?. Nada, me contestó él, seguro que han seguido recto.
No pudimos resistirnos a dar la vuelta para comprobarlo y efectivamente, allí estaban viniendo hacia nosotros sonriendo y saludando… vaya par de cracks!! Cuando se acabara la gasolina ya encontrarían a alguien que les ayudara… filosofía Insha’Allah: si Dios quiere.
Por suerte nuestro track se desviaba de la aburrida pista-carretera y empezaron pistas bonitas y rápidas de verdad. En un punto coincidimos con la que habíamos hecho de bajada que nos llevó en dirección contraria hasta el lago Maider. Allí nos encontramos con el primer tramo complicado en una zona de arena blanda entre matojos que nos obligó a trabajar duro.
A partir de allí el recorrido se iba más hacia el norte que a la ida llevándonos por una gran zona de campos verdes que nunca habíamos visto. No vimos ningún rio por lo que es de suponer que el agua se debía extraer del subsuelo.
El track nos llevaba hacia las montañas, nos acercábamos al paso de M’hared. Poco antes la pista se dividía en dos, Albert cogió la que estaba más alta mientras que yo iba por la parte baja: error!. Grandes roderas y mucha arena blanda que me complicaron la vida.
VIDEO DIA 5
El calor era insoportable y nos encontramos bastantes coches en dirección contraria que levantaban mucho polvo. Tal vez por eso el desfiladero nos pasó sin pena ni gloria, había que salir de ese infierno lo antes posible.
La pista iba combinando zonas rocosas con otras de arena blanda que nos obligaban a emplearnos a fondo y así llegamos a un gran rio de arena, el mismo que más al sur cruzamos un par de días antes: el Ramlia.
Nuestro track dibujaba un gran arco hacia el norte para evitarlo. Siguiendo esa ruta haríamos más kilómetros y además tendríamos que retroceder si queríamos pasar por la ciudad perdida. Pero seguramente lo que más nos motivaba era el reto de cruzar ese mar de arena que se abría ante nosotros. Si hasta ahora habíamos sido capaces de pasar tan bien por todas las trampas que habíamos encontrado, ésta también la superaríamos.
Tras bajar un fuerte escalón hacia el cauce del río la suerte estaba echada. No había vuelta atrás. Enseguida vimos que no sería fácil. El calor era insoportable y para avanzar teníamos que ir dando rodeos para evitar las pequeñas dunas de arena super blanda.
En una de ellas me caí a baja velocidad, la típica caída sin consecuencias que lo único que hace es cansarte al levantar la moto. La Tenere tiene un dispositivo que desconecta la moto en caso de caída. Para volverla a poner en marcha hay que cerrar el contacto y volverlo a abrir, una especie de reset. Cuando fui a hacerlo la llave no giraba hacia la posición de off. O había entrado arena o al caer había doblado la llave con la bolsa sobredepósito. La cuestión es que por mucho que lo intenté no hubo manera, estaba encallada. El sol pegaba con fuerza, nos estábamos asfixiando. Además con la luz encendida corría el riesgo de quedarme sin batería. No había otra salida que desconectarla. Saqué las alforjas para poder levantar el asiento, desconecté uno de los bornes de la batería y lo volví a conectar. La moto se reseteó y la pude poner en marcha de nuevo.
El problema es que a partir de entonces cada vez que la moto se tumbara tendría que hacer todo ese penoso proceso de quitar equipaje, sacar asiento, desconectar el borne… En otra situación no habría sido un problema pero aquí cada minuto era perder líquido.
Fuimos avanzando poco a poco, de vez en cuando nos teníamos que ayudar. No poder caerme me añadía mucha presión, iba totalmente agarrotado, con lo que aún me parecía todo más difícil. Albert iba delante marcando el recorrido pero por mucho que me esforcé en una clavada la moto se volvió a tumbar. Hice todo lo posible para evitar que se parara pero en esa arena tan blanda me fue imposible.
Volver a hacer todo el proceso para arrancarla bajo ese calor era desesperante. Notábamos como nos íbamos deshidratando y acabamos sin las chaquetas que atamos en los bártulos de las motos.
Seguimos avanzando como pudimos pero aquello no parecía tener fin. Notaba como la mochila con agua pesaba cada vez menos y aún no estábamos ni a mitad del recorrido. Intentaba beber en pequeños sorbos para hacerla durar.
En algún momento Albert y yo nos miramos, ya son muchos viajes juntos y una mirada lo puede decir todo: la habíamos cagado, ese tramo nos estaba poniendo a prueba como nunca nos había pasado.
El problema es que cuando parábamos a recuperar fuerzas seguíamos al sol y nos derretíamos. Para acabar de complicarlo todo no podía cerrar el contacto con la llave y la luz quedaba encendida con el riesgo de consumir la batería. Había que salir de allí lo antes posible.
Finalmente la tortura parecía acabar, el terreno empezó a tener partes duras, aparecieron algunos arbustos y a lo lejos vimos las ruinas de la ciudad perdida. Paramos bajo unos árboles donde pudimos comernos las naranjas que habíamos cogido del bufet del hotel. Nunca antes una simple naranja me había sabido tan bien!!. Unas barritas energéticas y alguna cosa más nos hicieron recuperar fuerzas. Los dos reconocimos que esta vez habíamos estado muy apurados. De ese tramo no tenemos ni una foto, ni un vídeo… ni siquiera nos acordamos de ello.
Estábamos tan cansados que ni siquiera tuvimos fuerzas de acercarnos a las ruinas. Todo ese esfuerzo en llegar hasta allí se habría acabado con una simple foto con el zoom…
Tras rehacernos volví a conectar la batería y continuamos. El recorrido era más fácil pero aun así no podías relajarte demasiado, cuando menos te lo esperabas aparecía algún banco de arena… pero volvíamos a disfrutar sobre la moto.
Llegamos a un punto donde podíamos escoger entre seguir directamente hacia Merzouga por el track de Eduard o desviarnos hacia el norte por el que había dibujado yo. El mío nos llevaba hacia Rissani y la cárcel portuguesa que Albert no conocía. Ya nos encontrábamos más descansados y decidimos ir por el track improvisado.
Al principio seguimos unas pistas bien marcadas pero de repente desaparecieron cuando delante nuestro no habían más que pequeñas dunas. El track era una línea recta que se metía por la arena rumbo a unas montañas. Es lo que tiene dibujar un track en un mapa…
Como si no hubiéramos tenido bastante con el rio de arena nos metimos por las dunas. El objetivo era acercarnos a las montañas donde el terreno sería más duro. No fue nada fácil hacerlo. Yo seguía haciendo todo lo posible por que no se tumbara la moto, en más de una ocasión tuve que sacar las pocas fuerzas que me quedaban para evitarlo pero cuando el pie se hunde en la arena y la moto cargada se inclina no es fácil.
Llegamos a las montañas. Delante se intuía un pequeño sendero de piedras que iba hacia arriba y que parecía cruzarlas. Nos tocó hacer trial y llegamos hasta arriba. Una vez en la cima lo que vimos al otro lado no nos tranquilizó nada: más dunas.
Fuimos avanzando lo más pegados posible a las montañas, preferíamos las piedras a la arena. De repente apareció una pequeña pista. Era como si hubiéramos encontrado una autopista, que alegría!. A partir de allí todo fue más fácil, las dunas que encontramos eran más duras y se pasaban bien, el recorrido era muy bonito y por fin llegamos a Rissani.
Paramos en una gasolinera para intentar reparar el contacto de la Tenere. Mientras tanto Albert se fue a buscar agua y unas Coca Colas. Mientras yo intentaba desbloquear la llave empezaron a llegar “expertos”. Todos se veían capaces de solucionar el problema pero lo único que me temía es que rompieran la llave en el contacto. Al final lo volví a montar todo simplemente para que me dejaran en paz. Pasaba el tiempo y Albert no volvía, ¿Qué le habría pasado?. Tampoco el teléfono funcionaba. Harto de esperar me puse en marcha para intentar encontrarlo. Salí de la gasolinera y al girar la primera esquina vi la KTM. Estaba frente a un bar. Bajo el cobertizo estaba Albert. El gigantón estaba durmiendo tan tranquilo, a la sombra, sin sus botas, con las piernas sobre la silla de enfrente… lo habría matado! Y yo allí esperándole aguantando a todos esos pesados!!.
Por lo visto me dijo que se iba hacia allí pero yo no lo oí. Se sentó un momento pero estaba tan agotado que se quedó dormido… pa matarlo!! En fin, con lo que me había ayudado en los momentos de apuro no tenía más remedio que perdonarlo…
Ya rehechos decidimos ir a la cárcel portuguesa. Unos kilómetros más adelante nos encontramos con un pequeño que nos hizo auto stop. Albert paró y lo subió delante de él. No tendría más de seis o siete años. Yo iba detrás viendo solo su manita indicando la ruta a Albert. Me imaginaba a un hijo mío en esa situación, un niño tan pequeño volviendo solo del colegio, parando a un desconocido… que diferente es todo de occidente!!
Tras un buen rato llegamos a un grupo de haimas rodeadas de basura. Su casa. Al oírnos empezaron a salir niños y los que supongo eran sus padres. Albert lo bajó de la moto y él niño salió corriendo hacia los otros. Su cara era de enorme felicidad, nos señalaba y les debía explicar su experiencia en moto, algo que seguro tardará mucho en olvidar.
Antes de que nos rodearan decidimos seguir nuestro camino, nos despedimos de ellos y nos fuimos a la cárcel portuguesa una montaña en forma de herradura desde la que hay unas vistas impresionantes. Aquí explico mejor porque le llaman así: La cárcel portuguesa.
Tras cumplir el objetivo nos fuimos a casa de Eduard. Llegamos a las dunas del Erg Chebbi en el mejor momento del día, cuando el atardecer tiñe de rojo las dunas. Estábamos muertos pero ni así pudimos resistirnos en meternos en las dunas y hacer una sesión de fotos
Cuando llegamos a casa de Eduard y Simona no les hizo falta preguntar cómo nos había ido, nuestras caras de agotamiento lo decían todo: el día había sido durísimo. Por suerte nos esperaba una buena ducha, unas cervezas fresquitas y un increíble pollo a la barbacoa que devoramos en un momento.
Durante la cena recordamos los momentos más complicados. Los dos reconocimos haber estado muy cerca de nuestro límite, más que nunca antes. Nos habíamos crecido en exceso pensando que podíamos pasar por todos lados y como digo siempre: Marruecos te pone en tu sitio. Hay que dejar siempre un buen margen de seguridad. Lo que tengo claro es que si no llego a tener la ayuda de Albert no se cómo habría salido de allí… aunque seguramente no me habría metido.
A pesar de la animada conversación con Simona y Eduard se nos cerraban los ojos. En cuanto vi la cama caí redondo.
Probando, probando…